Una  labor (Iparte) 

Habían pasado meses de formación para este momento. El esfuerzo, el estrés; todo llevaba a este singular momento. El viernes transcurría con normalidad, las clases de siempre por la mañana, caminaba naturalmente por los pasillos de mi colegio, pasaba por cada salón. Mientras mi cuerpo se movía, mi mente estaba ensimismada en otro lugar. Repetía cada texto y procedimiento aprendido. El día pasó sin pestañar.

 

Viernes 9:00 p.m. 

El grupo estaba ansioso, algunos lograron dormir un poco. Revisamos nuestro equipo: radio, útil de fácil acceso. Repetíamos individualmente las funciones de cada uno en las seis avanzadas. Sabíamos que en cualquier momento recibiríamos la llamada que lo iniciaría todo.

 

10;00 p.m.

Alerta amarilla, seguimos la cadena de llamada como se debía y aunque sabíamos que podían pasar horas antes de iniciar, nuestra frecuencia cardiaca aumentaba, la respiratoria le seguía el paso y aún con nuestro 15/15 en la escala de Glasgow .Estoy seguro que varios nos sentíamos como en una película y las partículas en el aire tenían para nosotros un motivo.

 

10:30 p.m

Alerta naranja: Seguimos el protocolo, chequeamos por enésima vez el equipo: gafas, guantes, tapabocas, venda de gasa, gasa triangular, bajalenguas, linterna, guantes para cuerda, luego leímos las guías y nos preparamos.

Pensamos que si alguien no había dormido hasta ese momento ya no lo haría más. Pero pasaron dos horas y no recibí el llamado, cansado decidí acostarme, cerré los ojos y conté minuto a minuto 1, 2, 3, 4, 5.

El celular sonó. Abro los ojos y noto el nombre.

—Aló. —digo letárgico.

—Julián, alerta roja.

Seguimos el procedimiento, ese sería el momento para demostrar todo lo aprendido. Lo que hemos forjado.

Llegar a la sede y ver a todos uniformados, hacer un círculo y que a la mínima duda al responder el grupo entero pagaría con sentadillas, pero eso no fue nada. Lo que venía nos llevaría a nuestros extremos.

Sabíamos que todos terminaríamos sumamente cansados, pero felices, eso esperábamos.